Autopsia de un sueño
- ¡Eh, Sule, pásame la pelota! –gritó Daren, que acababa de llegar al campo donde su amigo se entretenía lanzando unos poco tiros hacia la rudimentaria canasta. Lanzamientos que, a pesar de ser poco certeros por la fuerza extra que llevaban, amenazaban con derribarla definitivamente.
- ¡Joé, tío, ya creía que no ibas a venir! –respondió Sule, que se resistía a lanzarle la pelota, enfadado como estaba por haber tenido que esperar tanto. De hecho, notaba que se le habían quitado las ganas de jugar e incluso las de hablar.
-Venga, pásamela –insistió de nuevo Daren que intuía el mosqueo de su amigo de la infancia.
- No, ya estoy cansado de jugar, me voy a casa.
- Venga ya, tío, ¿qué pasa? ¿Tienes miedo de que te vuelva a ganar?
-¿Tú a mí? ¡Qué dices, pero si siempre soy yo quien te gana! Estudiar se te dará muy bien, pero en esto eres un negado.
- ¿Un negado, yo? Te vas a enterar. Hoy vas a ser tú quien se lleve la bronca de la vieja Leiza -le retó Daren, abalanzándose hacia él para arrebatarle la pelota.
- Eso está por ver, ¡negado! –dijo esquivando la embestida. Y empezaron a jugar como si les fuera la vida en ello.
Nara abrió los ojos, era la segunda vez que tenía ese sueño. Cogió el despertador, las once, aún quedaba una hora para que sonara. Su cuerpo le gritaba que necesitaba dormir tanto o más que respirar, pero su mente estaba saturada de soñar siempre con esos chicos, a los que no creía haber visto jamás; o al menos no los recordaba. Además, eran sueños demasiado reales, como no recordaba haber tenido nunca. Se levantó para llamar por teléfono a su abuela.
- Hola, yaya, ¿qué tal? Ya sé que no hemos quedado hasta la una, ¿pero te importa si voy antes?
- Claro que no, ven cuando quieras, la comida ya casi está hecha. ¿Te encuentras bien? Te noto algo rara.
-Sí, yaya, estoy bien, no te preocupes, es solo que últimamente no consigo dormir mucho. Pues si te parece bien, me doy una ducha y salgo para allí. ¡Hasta ahora!
- Aquí te espero. Un beso.
Ya en la ducha y aunque no tenía pensado mojarse el pelo, acabó cediendo a la tentación de dejar que el agua cayese sobre su cabeza, nuca y hombros para relajarse. Al poco rato, un pitido la sacó de su ensimismamiento, era la cafetera que había puesto justo después de colgar. Salió rápidamente a retirarla del fuego, mientras se ponía el
albornoz e iba dejando un reguero de agua a su paso. Tras quemarse con el café, se vistió y sin secarse el pelo, salió en dirección a casa de su abuela.
- ¡Madre mía, vaya ojeras que me traes! –dijo su abuela nada más abrir la puerta-. Anda, pasa. ¿Te apetece un café?
- No, gracias, abuela, ya me he tomado uno antes de salir de casa. Sólo quiero un poco de agua, hoy hace demasiado calor.
-¿A qué hora me dijiste que entrabas hoy? Con tanto cambio de hora ya no me aclaro.
- En principio a las 5, salvo que me avisen por algo, hoy estoy de guardia.
La abuela preparó algo para picar hasta que fuera la hora de comer, que en su caso, era a la una.
-Anda, vamos al salón y me cuentas qué te preocupa.
- No es nada, abuela, de verdad.
- Ya, y pretendes que me lo crea cuando van dos.
- ¿Dos qué, abuela?
- Tres, tres veces que me llamas abuela en lugar de yaya. Eso sólo lo haces cuando te preocupa algo –dijo sentándose en el sillón. Luego clavó su dulce mirada azulada en su nieta, invitándola a hablar.
- De verdad que no tiene importancia, abu… yaya, supongo que se debe a la carga de trabajo que tenemos últimamente. No sé, no duermo bien, no descanso, me despierto con pesadillas.
- ¿Pesadillas? ¿Qué clase de pesadillas? –preguntó su abuela en un tono que demostraba preocupación y, quizá, algo de miedo.
- No sé, sueño mucho con unos chavales a los que no conozco de nada, o por lo menos no recuerdo haberme cruzado con ellos nunca. Son siempre los mismos, sobre todo uno de ellos, uno que se llama Daren. A veces, en los sueños es como si fuese él, otras veces es como si los viese a los dos, pero sin dejar de ser él. Es muy extraño y muy real. Incluso he llegado a tener moratones en las piernas después de que en el sueño Daren se diera un golpe y a veces tengo la sensación de que son en el mismo sitio que él. Sé que es una locura, pero…no sé. –Miró a su abuela esperando una repuesta que no llegó-. Vale, por tu cara, debes de pensar que estoy loca o que es producto de mi afición a escribir historias.
- ¿Cómo voy a pensar que mi nieta está loca? –dijo su abuela riéndose y haciendo un esfuerzo por parecer despreocupada-. ¿Y qué sueños son esos? A ver, cuéntame alguno.
- Pues… bueno, el que más se repite. Veo a Daren de pequeño, sentado junto a su amigo Sule. Están en clase, pero ese día cuentan con un invitado: un cuentacuentos que recorre los pueblos contándoles historias a los niños. Él les habla de lugares lejanos, al otro lado del mar, en los que habitan reyes y reinas, príncipes y princesas, donde hay castillos y grandes riquezas, donde la gente es feliz. Les habla de valientes marinos que cruzan ese mar en busca de tesoros y de oportunidades. Y Daren decide que quiere ir en busca de esos tesoros y ver los castillos, así que cuando el cuentacuentos termina de hablar, se levanta y grita a toda clase: “Yo seré uno de esos marinos”. Y claro, todos se echan a reír y Daren se siente avergonzado. Pero entonces el cuentacuentos le dice que está muy bien tener sueños, pero que para poderlos alcanzar, antes tiene que estudiar mucho. “Entonces, estudiaré mucho”, le contesta Daren, envalentonado de nuevo. Luego veo imágenes fugaces de distintas etapas en las que siempre está estudiando. Y ahí suelo despertarme.
- ¿Cuánto haces que tienes esos sueños?
- ¿Unos dos meses? ¿Por qué?
- Simple curiosidad. Oye, no sé tú, pero yo estoy muerta de hambre, ¿qué te parece si comemos ya? –y sin esperar respuesta fue a la cocina para calentar la comida.
Cuando terminaron de comer, su abuela se sentó a ver su telenovela favorita y, como siempre, a los cinco minutos, su cabeza se ladeó indicando que ya estaba dormida. Nara la tapó un poco con una chaqueta y se quedó mirándola mientras daba vueltas a la conversación que habían mantenido. Por un lado, tenía la sensación de que su abuela le
ocultaba algo, era como si supiera de qué le hablaba cuando le contaba lo de los sueños. Por otro, se sentía triste. Para ella, su abuela era casi como su madre; sus padres habían muerto en un accidente de coche cuando ella era pequeña. Su abuela y ella se salvaron gracias al volantazo que su padre dio en el último momento. Sabía por el médico que a su abuela le habían quedado algunas secuelas tras el coma, justo en la parte del cerebro que nos ancla a la realidad, pero hasta hoy no las había notado. Miró aquel viejo reloj de péndulo cuyo sonido ya le pasaba desapercibido. Tenía que irse. Besó suavemente en la frente a su abuela para no despertarla y cerró la puerta muy despacio. Pero justo cuando se escuchó el leve clic, su abuela abrió los ojos y, suspirando contrariada, miró hacia la
ventana por la que dentro de poco vería cruzar a su nieta.
Al llegar al trabajo Diego le saludó con el consabido “hola, rubia”, antes de anunciarle, como si fuera la lista de la compra, lo que le esperaba en la sala.
- Hoy, de momento, tienes un ataque al corazón, un ahogado, dos suicidios y una paliza. Que lo pases bien –dijo como si se tratara de una fiesta y con una enorme falta de respeto.
- Gracias, Diego –respondió Nara en un tono aséptico, como siempre. Y como siempre se quedó con las ganas de cerrarle esa bocaza. Cada día se sentía más asqueada con su trabajo, más cansada de hacer autopsias como quien hace churros, sin descanso, sin el debido reconocimiento y tiempo hacia las personas allí tumbadas. Estaba cansada de trabajar con compañeros que sentimentalmente estaban más muertos y eran más fríos que los que la esperaban en la sala.
A la 3 de la mañana todavía le quedaba por hacer la autopsia del que había sufrido el ataque de corazón. Lo había dejado para el final porque era el que menos prisa corría. Pero en esos momentos se encontraba demasiado cansada para seguir sin un café. Fue a la máquina de Vending, sacó uno con avellana y se sentó en el sofá del cuarto de médicos y enfermeras.
- Muy bien, Daren. ¡Otra vez todo sobresalientes! -Dijo la vieja Leiza para intentar animar al chaval-. Oye, no te preocupes por tus padres, estoy segura de que se sienten orgullosos de ti.
- A mis padres todo esto les da igual, ellos sólo quieren que trabaje, que les ayude en la en el campo y que aprenda todo eso para cuando ellos ya no puedan. Dicen que estudiar no sirve para nada. Les da igual lo que yo quiera, Leiza, sólo me quieren porque puedo ayudarles en, en… –dijo Daren al borde de las lágrimas.
- Mi niño, ven aquí, desahógate –dijo mientras le abrazaba-. Tus padres te quieren, Daren. Claro, que te quieren. Es sólo que piensan que los libros no te darán de comer. Ellos no conocen más que eso. Desde muy jóvenes han luchado mucho para conseguirlo, para dejarte algo seguro, sin pensar que quizá tú no querrías ese futuro. Pero, Daren, todo eso, aunque ahora lo niegues, es porque te quieren y porque les importas, créeme. –Tras decir esto, besó la cabeza del niño, que a sus catorce años y aunque se resistía, se veía cada día más empujado a ser un hombre.
- No, Leiza, te equivocas, no les importo. Les da igual lo que haga y por eso voy a irme.
Nara se sobresaltó, se había quedado dormida, apenas habían sido unos minutos, pero por la tensión que sentía, parecía que hubieran transcurrido horas. Volvió a la sala para terminar la última autopsia del día. Cuando llegó a casa se tiró directamente en el sofá, no quería ir a la cama, allí era más probable que tuviera esos sueños. Encendió la tele y se entretuvo con los quince minutos finales de una serie, después con la Teletienda. Cuando se cansó de que le
vendieran la misma cosa cada tres minutos, cambió a un canal que rellenaban con espacios musicales y antes de conseguir cambiar de nuevo, la venció el sueño.
- Quiero que te quedes con esto, Sule –dijo Daren entregándole el barco.
- ¿Por qué… por qué me das eso? Es el barco que te talló tu hermano poco antes de…
- Sí, lo sé y por eso quiero que te lo quedes tú. Quiero que tengas un recuerdo mío –
Daren guardó silencio durante unos segundos, luego añadió-: Me voy esta noche, Sule.
- ¿Cómo que te vas?, ¿a dónde? No puedes, no tienes dinero ni nada…
- He estado ahorrando todo lo que me han ido pagando Leiza, la maestra y otras personas del pueblo por ayudarles. ¿Por qué me miras así? Ya sabías que quería irme.
- Pero creí que no lo decías en serio, creí que eran fantasías como esa de ser marino que tenías cuando éramos pequeños. ¿De verdad piensas irte?
- Sí, Sule. Hoy.
- ¿Pero por qué?
- Mis padres me han dicho que van a sacarme de la escuela y si no estudio, no podré cumplir mis sueños. No me querrán.
- Pues ponte a trabajar y quédate. No vas a quedarte, ¿no? Muy bien, pues ahora mismo voy a contárselo a tus padres. No me vas a dejar tirado, eres un…
- Sule, no, por favor. No digas nada. Además, no pienso dejarte aquí tirado, eres mi mejor amigo. Cuando esté allí, enviaré a alguien a por ti o, mejor, vendré yo mismo. Te lo prometo.
- Está bien… ¿Qué piensas hacer cuando llegues allí?
- Les enseñaré esto –dijo guiñándole un ojo antes de volver a doblar el papel, meterlo en un plástico que lo aislase del sudor y esconderlo en un bolsillo secreto que Leiza le había cosido en el dobladillo de la camisa.
A la hora de comer, Nara se levantó más cansada que los días anteriores. Se sentía como si hubiera corrido una maratón y las imágenes del único sueño que había tenido repetidas veces esa noche, seguían atormentando su cabeza. Deseaba quedarse en casa, que ese día acabase cuanto antes, pero tenía que ir a trabajar a ese lugar que ya empezaba a darle náuseas. Se duchó, se vistió, se preparó algo para comer y cuando hubo recogido, se fue a trabajar resignada. Una vez más Diego le recibió con su listado.
- Buenas tardes, hoy tienes una agresión, una muerte por veneno… –dijo mientras añadía un sonido que pretendía simular misterio, pero que a ella le sonó como el grito de un cerdo- una muerte por cáncer y un ahogado. Lo prioritario es el tío del veneno. Te invito a un café cuando acabes con él si prometes contarme todo lo que descubras, soy un apasionado de Agatha Christie, ja, ja, ja. ¿Trato hecho?
Nara siguió adelante sin contestar. Empezaba a sentir la necesidad imperiosa de salir de allí. Entró en la sala. Iba directa hacia la persona que había muerto envenenada, pero al pasar por delante de otra bolsa, sintió el impulso de detenerse, de mirar en ella. Abrió lo justo la cremallera; se trataba de una persona negra, un migrante, como los llaman ahora, cuyos sueños se habían ahogado en el mar. Uno más. Lentamente fue deslizando la cremallera hasta abrirla del todo. Su mano se detuvo en su camisa donde notó un pequeño bulto. Era un pequeño bolsillo que alguien había cosido con todo cariño para esconder en él un gran tesoro. Con manos temblorosas sacó el bulto de su escondite, quitó el plástico lo cubría y comenzó a desdoblar las hojas. Mientras lo hacía, las palabras de su abuela volvieron a su mente.
- Tienes un don, Nara. Puedes ver su vida, puedes lograr que su historia, su nombre, su recuerdo no se pierda. A ti te gusta escribir, ahora tienes la oportunidad de hacerlo por un buen motivo... Nara, te guste o no, es así. No puedes huir. Debes ser su voz, la voz de los muertos.
Ahora podía ver lo que contenían esos papeles tan meticulosamente doblados. Eran todos los sobresalientes que Daren había conseguido. Entonces recordó una escena que hasta ese momento le había pasado desapercibida. En ella aparecía Daren sujetando aquellas mismas notas. Sus ojos llenos del brillo que dan los sueños, su voz cargada de
esperanza: “Leiza, cuando las personas que deciden si puedo quedarme o no, vean esto, sabrán que soy un buen chico y me abrirán las puertas”.
Un par de años más tarde, un libro titulado “La voz de los muertos” se colaba tímidamente entre la lista de los libros más vendidos. En él se contaban varias historias, una de ellas era la de un niño de 14 años, llamado Daren Yamshia.