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Nunca es tarde, dicen.

- Hijo, ¿vas a llevarme?
- ¿A dónde?
- ¿A dónde va a ser, César, es que ya..? – fue lo único que pudo decir porque enseguida escuchó una música y las palabras de su hijo.
- Oye, mamá, me está llamando mi jefe. Tengo que colgar. Habla con Elisa, yo tengo mucho trabajo.
Ni siquiera un hasta luego o un beso, pensó su madre mientras colgaba el teléfono con mano temblorosa.
- ¿Sí?
- Hola, hija, ¿cómo estás?
- Bien, mamá, ¿y tú?
- Bien, bien, gracias a Dios. Oye te llamaba para…
- Un momento, mamá -Cristian, ya esta bien, estoy hablando por teléfono con tu abuela, ¿no puedes esperar un momento?
- Pero es que vamos a llegar tarde…
Esas fueron las palabras que le llegaron opacas a Julia a través del micrófono mal tapado del móvil de su hija. Y por ello fue capaz de deducir la cara con la que Elisa habría respondido ante la protesta de su hijo. Ése nieto que todos habían esperado con tanta expectación y alegría por ser el primero, dieciocho años atrás.
- Hija, veo que estás muy ocupada, mejor te llamo en otro momento.
- Es que tengo que llevar a Cristian a la clase de piano. Carlos hoy no podía llevarle porque tiene una reunión y como yo he quedado con las amigas para tomar algo por allí cerca, pues… ¿Qué te parece si te llamo en cuanto tenga un rato para que podamos hablar tranquilamente? Últimamente me tienes un poco preocupada, mamá, te noto como despistada, no sé.
- Sí, claro, hija. Cuando puedas. Un beso.
- Que sí, ya voy -pudo escuchar en un tono que contrastaba con la cercanía del-: Venga, mamá, hablamos luego. Cuídate. Un beso.
Julia se quedó allí sentada recordando aquellos ya tan lejanos y a la vez próximos tiempos en que los 5 hacían excursiones durante los fines de semana, o se quedaban en casa si la lluvia les obligaba a ello, jugando al Monopoli o al Lego o tomando un imaginario chocolate rodeados de peluches y de muñecas. Luego, en lo que a ella casi le parecía ya de un día para otro, habían crecido. Primero fueron sustituidos por los amigos en aquellos duros y peleones años de la adolescencia; luego llegaron la novios y novias, las rupturas amorosas, los clavos que sacan otros clavos, los nervios de las carreras, el orgullo de verles convertidos en buenas personas de provecho, las celebraciones por el primer contrato y el dolor ante el primer vuelo por libre, nada menos que con destino a Alemania. Justo el pequeño, Juan, del que ya casi puede recordar su cara por las fotografías que tan primorosamente limpia casi a diario. Luego fue la niña al casarse. Y por último, el primogénito, César, cuando se fue a vivir con aquella chica de la que ahora no recuerda su nombre. Bueno, no pasa nada, ya se lo recordarán cuando vengan a comer este domingo, si al final de verdad vienen.
Con un enorme vacío en su interior y sintiendo un gran dolor en su corazón, se puso su abrigo, cogió la muleta y se dirigió hacia la parada del autobús que le llevaría hasta Atocha. Allí cogería el tren hacia Linares. Si tenía suerte, podría coger el que era directo. Eso le daría margen de sobra para registrarse en el hotelito al que llevaba yendo en esa misma fecha durante los últimos dieciocho años. Y dejar todo bien atado para el día siguiente: el taxi, las flores, la carta que le depositaba cada año…
- Ayer en el tren me eché a llorar como una estúpida. Necesitaba ir al baño, pero entre la muleta y los años… tuve que pedir ayuda para levantarme y llegar hasta él. ¡Y para estar en él, Manuel, para estar en él! -dice sintiendo el viejo nudo de siempre en la garganta-. Y te eché de menos, añoré tu capacidad para quitarle importancia a las cosas, para hacerme reír de nuevo cuando la pena se alzaba como mi dueña. Recordé cómo agarrándome de la cintura me obligabas a bailar mientras tarareabas esa canción de Mocedades que tanto me gustaba. ¡Ay, Manuel, qué sola me dejaste! Aunque no creo que sea ya por mucho más tiempo. Por cierto, los niños te mandan muchos besos. No han podido venir porque tienen mucho trabajo. Pero aún así siempre sacan tiempo para venir a verme un rato a diario. Bueno, menos Juan, que sigue en Alemania, pero me llama a diario, incluso dos veces muchos días. Tus nietos están bien. Me piden que les cuente historias sobre ti. Para este domingo ya tengo dos preparadas. Una es la de esa vez que nos pilló una tormenta enorme justo cuando acabábamos de sacar todas las cosas de las cestas. Tuvimos que refugiarnos en aquella pequeña cueva. Y cuando paró, a penas sí quedaba algo que pudiéramos comer. Pero tú dijiste que no tenías hambre aunque el ruido de tus tripas podía oírse en varios kilómetros a la redonda. Siempre fuiste así. Supongo que por eso tenemos los hijos que tenemos, Manuel. Estarías orgulloso de ellos, como lo estoy yo. Y de nuestros nietos, que siempre me preguntan por ti y quieren conocer tus historias. Ya tengo pensadas dos para este domingo cuando vengan a comer. Manuel, aquí en el sobre te dejo, como siempre todo lo importante que ha acontecido este año. Ya verás lo contento y orgulloso que te vas a sentir, Manuel. La de cosas que han logrado nuestros hijos.
Unos días más tarde, la carta de Julia llega a manos de un periodista, que al hablar con el enterrador del cementerio de Linares, se interesa por la historia.
- Dime, Carlos, pero no te enrolles que es muy tarde y aún tengo que llamar a mi madre. ¿El periódico? No, no lo he leído, pero ahora no tengo… Vale, vale, ahora mismo lo leo.
Mientras Elisa lee el periódico por segunda vez, suena de nuevo el teléfono.
- Buenos días, quisiera hablar con Elisa Martín, por favor. ¿Es usted? Mi nombre es Javier Ramos, soy periodista, hace poco llegó a mis manos una carta que su madre escribió a su padre y me pareció una historia tan...
- Perdone, ¿quién, quién ha dicho que es?
- Javier Ramos, periodista. Estoy escribiendo sobre su madre y me gustaría hacerle unas preguntas… -un largo silencio fue la única respuesta que recibió-. ¿Hola? ¿Elisa, sigue ahí? ¿Hola? -unos ruidos llegaron del otro lado-. ¿Oiga? Le oigo entrecortado. ¿Puede repetir lo que ha dicho?
- Mi madre murió hace quince días y acabo de enterarme por el periódico.

Nunca es tarde, dicen: Texto
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