En unos minutos...
- En unos minutos, todo habrá terminado. Me dijo con aquella voz profunda, antes reírse como un loco, sin dejar de pasarse el cuchillo de una mano a otra, como si de un juego se tratara. Sólo de vez en cuando se detenía, quizá con la intención de mostrármelo. Y entonces, la luz de la luna se reflejaba en el filo.
Noté su mirada clavada en mí y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Vi claramente que ansiaba que llegara esa llamada, la que le diera luz verde. Y notaba cómo disfrutaba ante la idea de matarme. Sabía que me quedaba poco tiempo, tenía que intentar escapar ya. Creo que conseguí ponerme de pie y empujarle lo suficiente como para que cayera en la zanja que había a sus pies. Y eché a correr.
Corrí durante lo que me parecieron horas, aunque realmente no podría asegurar cuánto tiempo pasó antes de que las fuerzas me fallaran y cayera al suelo exhausta. Me sentía mareada, tenía ganas de vomitar y la tentación de quedarme allí tumbada era cada vez mayor. Necesitaba descansar, quizá incluso dormir un poco. Pero acabe levantándome y eché a andar, era lo único que podía hacer ya. Al rato escuché un ruido detrás de mí. Me detuve, el corazón me palpitaba con fuerza, como si amenazara con abandonar mi pecho, y un rápido escalofrío recorrió cada milímetro de mi cuerpo. Silencio. Avancé sigilosamente unos pasos. Me detuve de nuevo, nada, salvo ese viento que aullaba entre las ramas de los árboles. Di unos pasos más, mientras sentía que la razón trataba de imponer la calma, sin éxito. Una extraña sensación me invadía y decidí detenerme otra vez. Miré alrededor, notaba como si alguien me observara. Mi mente se disparó y ya sólo podía pensar en que de un momento a otro, aquel sanguinario se abalanzaría sobre mí y me clavaría el cuchillo. Luché con fuerza contra esas imágenes que me paralizaban y entonces, volví a escuchar el sonido, un poco más cerca. De repente el miedo se apoderó totalmente de mí y hasta las sombras que proyectaban los árboles me parecieron amenazantes, eran negros brazos que se extendían intentando atraparme. Me di la vuelta. Podía sentir su presencia, acechándome desde la oscuridad, esperando el momento oportuno para darme caza. Me pareció ver un brillo entre las sombras. Empecé a correr de nuevo, como alma que lleva el diablo, mirando hacia adelante, sin ver realmente lo que en segundos se encontraba ya a mi espalda.
Cuando abrí los ojos, me dolía todo el cuerpo. Enfrente de mí había una mujer que me tendía una cruz. Estiré mi mano para cogerla, pero la retiré rápidamente, pues de la cruz comenzaron a manar pétalos de rosa marchitos, que al caer, se iban transformando en serpientes de cascabel. Miré a la mujer suplicante. De sus ojos vacíos, fríos, ahora surgían llamaradas negras y amarillas y de su boca salían susurros sin sentido que repetía incesantemente: sáriromaroha. Debía de tratarse de una bruja pronunciando algún tipo de hechizo, pero entonces me di cuenta de que no se trataba de una sola palabra, si no de dos. Y cuando mi boca estaba a punto de pronunciarlas, desperté.
-Vaya, por fin te has despertado. Menos mal. Cuando te desmayaste llegué a temer que me chafaras la diversión. ¿Sabes? Siempre me ha gustado jugar con las palabras. Hace un rato se me ha ocurrido una: sáriromaroha, suena bien ¿verdad? La he estado repitiendo como si fuese un mantra, mientras deseaba que abrieras los ojos. Sáriromaroha… ¿sabes lo que es? ¡Venga, no me mires así! En unos minutos, todo habrá terminado.