El impostor
Apenas tuve tiempo de verlos, salieron de las sombras como dos fantasmas encapuchados. Inmediatamente adiviné que venían a por mí. Mientras me concentraba en trazar un plan de huida e intentaba averiguar si portaban algún tipo de arma, tuve la sensación de que había alguien más a mi espalda; no me dio tiempo a reaccionar, enseguida unos brazos me inmovilizaron y un puño se incrustó en mi riñón derecho. Sentí que se me cortaba la respiración y que mis piernas se doblaban, pero conseguí mantenerme en pie el tiempo suficiente como para ver que el más bajo de los dos encapuchados había llegado a mi altura.
—¡Genial! –pensé- ahora los golpes también vendrán de delante.
El otro se mantenía a distancia, observando la escena, quizá porque era el jefe o simplemente porque no quería que mi sangre le salpicara los zapatos. Aun así, a la luz de las farolas pude distinguir su cara de… ¿asco? No, no era asco, aquel cabrón estaba sonriendo, pero la cicatriz que recorría su barbilla y labio inferior tensaba su boca en aquella repugnante mueca. Seguramente estaba anticipando lo que yo simplemente sospechaba. Entonces noté que sonreía más mientras hacía una leve inclinación de cabeza; por un segundo creí que me saludaba, pero un nuevo golpe en el riñón y otro en el estómago me hicieron ver que simplemente había sido la señal para que comenzaran. No sé cuánto les duraría la diversión porque tardé muy poco en perder el conocimiento.
Cuando me desperté en el hospital, estaba algo desorientado; no sabía cómo había llegado allí ni si alguien me habría identificado o avisado a la policía, sólo intuía que tenía que salir de aquel lugar cuanto antes. Intenté levantarme, pero me dolía tanto el cuerpo que fui incapaz de incorporarme, probé de nuevo con más fuerza, pero sólo conseguí hacerme más daño. Cuando me calmé, comprobé que podía mover cada parte de mi cuerpo, así que no tenía huesos rotos. Probé de nuevo apoyándome en la mesilla, moviéndome más despacio y esta vez lo logré. Fui hacia el armario para recoger mi ropa, pero estaba vacío, necesitaba encontrar algo, con esa bata no podría llegar muy lejos. Lentamente alcancé la puerta de la habitación y me asomé, miré a la izquierda y pude ver a dos policías hablando con un médico; hacia la derecha, el pasillo estaba despejado, así que tomé esa dirección y llegué hasta una puerta sobre la que podía leerse “Salida de emergencia”, ésa era la mía.
Pensando que los policías se lanzarían hacia la calle al descubrir que no estaba en mi habitación, buscándome como mucho en las plantas que les cogieran de paso al bajar, decidí subir a la quinta planta. Cuando pasaba por delante de la habitación 526 algo llamó mi atención, no sé si fue mi instinto de cazador o simple casualidad, el caso es que me detuve a observar a la enfermera que se afanaba por estirar la colcha de la cama antes de dirigirse hacia el armario y sacar algo de ropa, justo lo que necesitaba. Rápidamente empecé a pensar en cómo atacar, en el tipo de personalidad que podía adoptar para conseguir engatusarla, no podía ser demasiado difícil, llevaba muchos años timando y adoptando diferentes identidades ante personas mucho más importantes y preparadas que una simple enfermera. Andaba aún dilucidando qué rol adoptar con ella, cuando me vio.
-Buenos días. ¿Necesita algo? –permanecí de pie, observándola en silencio, recorriendo su cara, centrándome en esa mirada enmarcada ya por algunas arrugas. Intentaba pensar con rapidez, deducir el tipo de persona que tenía delante, pero la cabeza me dolía demasiado. Quizá ella lo intuyó porque enseguida me preguntó-: ¿Se encuentra bien? -desvié intencionadamente la mirada hacia la cama, apenas unos segundos. Sus ojos se abrieron, se mordió levemente el labio inferior y suspiró con pesar antes de añadir—: No estará usted buscando al señor Lorenzo, ¿verdad? –Me miraba como si buscara una respuesta negativa que no halló, así que bajó lentamente la cabeza mientras depositaba la ropa encima de la cama, parecía dudar. Aproveché para estudiarla un poco más. Físicamente no llamaba la atención; tenía una carrera en las medias y una mancha negra bastante grande en la falda del uniforme, ambas por detrás, eso me hizo pensar que o bien eran recientes y nadie había tenido ocasión de decírselo, o bien era una persona en quien nadie reparaba; me decanté por lo segundo al detenerme en su pelo y observar la longitud de sus raíces, ninguna mujer se abandonaría tanto si tuviera a alguien a su lado y mucho menos si no lo tuviera y aspirara a conseguirlo; tampoco llevaba anillo ni se notaba la típica marca de haberlo tenido.
—Siento tener que comunicarle que su amigo ha fallecido esta mañana durante la operación —dijo mientras volvía a mirarme, intentando adoptar una pose profesional. Había llegado el momento de actuar, fingí que la noticia me afectaba, llevaba demasiado tiempo en el pasillo y era peligroso.
—¿Qué, cómo? ¿Acaba de decir que mi amigo…? Pero…, pero eso no puede ser, si ayer mismo estaba aquí y yo… -dije, bajando la cabeza y dejándome caer sobre el marco de la puerta.
—¿Por qué no pasa y se sienta un poco? ¿Quiere que le traiga un vaso de agua? —Entré y me senté sobre la cama que ella acababa de hacer. Le di las gracias y ataqué intentando despertar su compasión.
—Yo venía porque pensé que ya habría salido de la operación y quería saber si había ido bien, jamás se me hubiera pasado por la cabeza que él…, bueno, que… ¡dios mío! —dije lastimosamente, sin entrar en detalles para no meter la pata y llevándome una mano a la cara para esconder la ausencia de lágrimas. Ella, rompiendo el protocolo, se sentó a mi lado antes de volverme a dar el pésame.
—Es usted muy amable. –dije poniendo suavemente mi mano en la suya, que descansaba cerca de mi pierna, sobre la cama-. Me cuesta creer que se haya ido —callé unos segundos para darle pie a que hablara, si lo hacía sabría que había caído en mi juego.
—Yo… no sé muy bien qué decirle, nunca he perdido a un amigo, pero si hay algo que pueda hacer por usted, no dude en pedírmelo, además de ser mi trabajo, estaré encantada de poder ayudarle.
Sonreí, clavando mi mirada en sus ojos. —¿Qué tal si me llamas Javier? Eso del usted nunca me ha gustado —dije bajando intencionadamente mi mirada hacia sus labios y de allí hacia mi mano, que aparté con la rapidez justa, a la vez que soltaba un tímido perdón. Luego tosí un par de veces y volví a mirarla.
—Yo soy Carmen, encantada Javier —dijo algo sonrojada, antes de retirarse un mechón de pelo de la cara.
Ya era mía, pero quería asegurarme, así que volví a toser y rápidamente se levantó para traerme un vaso de agua. Le di las gracias y me levanté con la única intención de poder simular mejor un mareo.
—¿Ya te vas? Si quieres, te acompaño hasta tu habitación. ¿Javier? ¿Qué te pasa? —ella me sujetó y me ayudó a sentarme de nuevo sobre la cama.
—Tranquila, Carmen, estoy bien, es sólo un pequeño mareo, llevo sin comer desde ayer por la mañana y, bueno, supongo que también tiene que ver la noticia que me has dado —dije mirándola de nuevo antes de agregar en un tono más dulce—: Tranquila, de verdad, estoy bien.
—¿Qué te parece si te tumbas un poco mientras me cuelo en la cocina y te traigo algo? Alguna ventaja tiene que tener el ser amigo de una enfermera, ¿no? —dijo guiñándome un ojo. Luego se levantó— No te muevas, enseguida vengo.
En cuanto salió por la puerta, cogí la ropa que aún estaba sobre la cama y me la puse, me quedaba un poco grande, pero no había otra cosa. Salí de la habitación y fui hacia los ascensores. En mi interior percibía sensaciones nuevas, quizá un cierto remordimiento, quizá una ligera compasión por aquella chica, quizá ambas cosas, no lo sé, pero me hallaba desconcertado y tan absorto en mis pensamientos, que no me percaté de que dos policías salían del ascensor que acababa de llamar. En cuestión de segundos me encontré en el suelo, esposado, mientras oía a mi viejo amigo, el inspector Juárez: —Catorce puñeteros años llevo detrás de ti y ahora, por fin, podré jubilarme y pegarme la buena vida mientras tú te pudres en la cárcel.
Un ruido sordo llamó mi atención, cuando vi a Carmen, allí de pie, con una bandeja a sus pies, supe que no volvería a confiar en nadie y me dolió, por ella, pero sobre todo y por primera vez, por mí.