top of page

La fotografía

Mirando aquel retrato en blanco y negro, ajado por el paso de los años y con una quemadura provocada por los rayos del sol, sobre la esquina inferior derecha, volví a preguntarse qué clase de secreto escondía aquella mirada triste, misteriosa, amalgama de resignación, de desesperanza y de miedo. Sabía que se trataba de mi tatarabuela, que se había casado con un hombre bastante bueno para aquella época. Por lo visto, en público disimulaba tratándola como se esperaba que hiciera por ser una mujer y dándole órdenes, pero justo después carraspeaba tres veces y terminaba con un “pues eso”, que era la forma pactada de decir: “te quiero mucho, un beso”. Y ella siempre respondía bajando la cabeza y alisándose el vestido, que significaba: “y yo a ti”. Pero en privado siempre la respetó y cuidó como sólo sabe hacer un enamorado que comprende que su vida nada vale sin ella, al menos esto es lo que siempre me han contado. Oí unos pasos a mi espalda, era mi tío.

—¿Tiene una mirada enigmática, verdad?

—Sí. ¿Tú sabes algo de ella, tío? ¿O del poema que hay detrás?

—¿Un poema?

—Sí, lo encontré de casualidad, estaba tapado por una cartulina pegada a la foto, lo malo es que al despegarla, he rasgado un poco el papel y no se puede leer lo siguiente.

—Déjame ver… “Ríes porque amanece, y en esa sonrisa tu alma se refleja, inocente como la de un niño, ése que fuiste, ése que permanece, ése que aún mira a la vida con sorpresa y va con las manos dispuestas, presto a recoger todo aquello que le dejan. Cantas porque llueve, y en esa canción tu corazón se ensancha, alegre como el de un enamorado, ése que perdiste, ése que reverdece, ése que aún salta en los charcos con entereza y va con la cara descubierta, listo para saludar al arco iris con una reverencia. Sueñas porque la noche cae, y en ese sueño tu esperanza se dibuja, indomable como la de un creyente, ése que negaste, ése que prevalece, ése que aún se emociona con la más pequeña cosa y va con la mente despierta preparado para aspirar del mundo toda su esencia…”. »Hum…no consigo descifrar lo siguiente.

—Ya, yo tampoco. Pero pienso que quizá lo escribiera ella, porque habla de un hombre, supongo que se refiere al bisabuelo, ¿no?

—Puede ser. Yo tampoco sé gran cosa de ella y lo que conozco de tu bisabuelo parece más un chiste que una historia de verdad.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Bueno, yo creo que han exagerado porque siempre se habló de la mala suerte que había tenido la familia. Pero de ahí a afirmar que tenían el gen del gafe y que el único que se salvó de la maldición fue tu bisabuelo… En fin, tonterías, olvídalo.

—¿Olvidarlo? ¡Venga ya! Cuenta, cuenta.

—Está bien. Te lo voy a contar tal y como me lo contó mi padre. Mi abuelo, tu bisabuelo, era el quinto hijo de una familia adinerada y bastante envidiada, por lo que las malas lenguas siempre estaban inventando historias sobre ellos.  Algunas de esas malas lenguas dijeron que tu bisabuelo había hecho un trato con el diablo, otras que lo había orquestado él y lo encubrían con mentiras, pero en lo que todas coincidían era en que la familia, a excepción él, estaba formada por unos auténticos gafes. En este punto, mi padre, que siempre fue muy supersticioso, escupía en el suelo, yo no lo voy a hacer, así que no pongas esa cara.

—Ja, ja, estaba acordándome de la vez en la que escupió en el suelo de la cocina y la abuela cansada de que lo hiciera y de limpiarlo, le escupió en la sopa. Creo que fue la última vez que lo hizo.

—Uf, sí, menuda era mi madre… ¿por dónde iba? Ah, sí. Gafes. Todo esto venía porque su hermano mayor murió por la guerra de Cuba en 1898, pero no porque luchara en ella, sino porque apostó con su vida que la ganaríamos. Cuentan que el día que dijo eso, España empezó a perder. El segundo fue por su afición a la caza. Se colocó donde no debía y cuando el pato cayó, dicen que le abrió la cabeza con el pico. El tercero, bueno, de este comentan que murió por tonto, se empeñó en defender que el hombre algún día volaría y uno que estaba harto de escuchárselo todos los días, le lanzó por la ventana de un segundo piso mientras le gritaba que batiera los brazos, con tan mala suerte que cayó al mar y se ahogó porque no sabía nadar. Y el cuarto, por avaro, se agachó a recoger una peseta de plata en el mismo momento en el que caía un rayo. Y así fue como tu bisabuelo se hizo con la herencia y se quedó con tu bisabuela, que estaba destinada a casarse con el avaro.

 —¿De verdad te contó el abuelo todo eso? ¿Se lo inventó no?

—No lo sé, él siempre me juró que se lo habían contado su padre y su abuelo.

—¿Y de ella sabes algo?

—No, según mi padre, lo único que decía tu bisabuelo de ella es que le hizo el mejor regalo de su vida, pero nunca dijo cuál. Una noche en la que tuve que cuidarle, no dejaba de repetir el nombre de tu bisabuela, de darle las gracias y de decir “pues eso” entre carraspeos. Había breves momentos en los que parecía recuperarse y entonces le veía sonreír y susurrar “ya queda poco para que riamos y cantemos y soñemos los tres juntos de nuevo”.

La fotografía: Texto
bottom of page